miércoles, 17 de enero de 2018

LA ÉTICA Y EL MÉTODO DE REDUCCIÓN AL ABSURDO

Hace poco recordaba las declaraciones del CEO del BBVA Continental, Eduardo Torres-Llosa, dadas a mediados del año 2016, al referirse a la fortaleza del país para atraer inversiones y sostener su desarrollo, en particular del sector financiero, el cual conoce muy bien, él dijo lo siguiente: “los bancos son el reflejo de la economía de un país. Si al país le va bien, a la banca le va bien. Si a nuestros clientes les va bien, a la banca le va bien”. Lo declarado trajo a mi memoria lo dicho por el profesor Peter F. Drucker, que con su manera peculiar y medular de exponer sus argumentos, nos hacía entender lo espinoso de la relación de la ética y los negocios, al evocar un evento sucedido en el siglo pasado.

Nos recordaba lo ocurrido a Charles E. Wilson (1890-1961) expresidente y director ejecutivo de General Motors, una de las más grandes empresas de la industria automotriz estadounidense y símbolo de la supremacía norteamericana, que fue calumniado por algo que no dijo, a él se le acusó por supuestamente haber dicho que, “Lo que es bueno para General Motors es bueno para los Estados Unidos”, sin embargo, lo que realmente dijo en 1953 en el Senado americano - durante la sesión para su confirmación al cargo de secretario de Defensa bajo la administración del presidente Dwight Eisenhower-, cuando se le preguntó sí como secretario de Defensa tomaría decisiones contrarias a los intereses de la empresa que alguna vez representó, su respuesta “fue que sí”, que sí antepondría los intereses de la nación sobre cualquier otro interés, él además dijo: “Porque durante años pensé que lo que era bueno para el país era bueno para General Motors, y viceversa”. Sin embargo, sus detractores lo tergiversaron todo, lo hicieron ver como que si su único y primordial interés era empresarial, fue una bajeza que Wilson nunca pudo aclarar, más aún cuando se decía de él que, “Si no lo dijo, sin duda lo creía”.

Más allá de la argucia para distorsionar el sentido de las palabras, Drucker, visualiza una frontera muy delgada entre el interés particular y el interés colectivo, nos explica que se suele enseñar a discernir sobre la ética como una relación de “abuso contra abuso”, como el coludirse para la fijación de precios o el encubrir bienes defectuosos o carentes del contenido que dicen tener, es el caso de la leche evaporada en Perú recientemente, y ni como negar la corruptela en la contratación de servicios u obras públicas que está remeciendo la moral de un buen número de países en América Latina, bajo el paraguas de cualquier justificación que los infractores consideren abusiva o bajo la lógica legal de que si la ley no la específica todo está permitido. A diferencia de aquella otra dimensión ética de “derecho contra derecho”, que abordé en un post anterior, en el que no queda muy claro, por ejemplo, el orden de prelación entre el derecho de un grupo de ciudadanos y el abuso social que pretenden estos sobre el derecho del resto de conciudadanos de alcanzar un objetivo mayor, como el de la estabilidad económica y política de su nación, o sobre el que se acusó a Wilson, el anteponer el interés particular de una empresa como General Motors antes que el interés de la nación.

Parece justo reconocer que en épocas de crisis la nación debería prevalecer sobre el interés particular, sin embargo, parece que no todos están de acuerdo con esta premisa. La genialidad del profesor se manifiesta en la simplicidad de su postulado, que es a su vez una profunda reflexión sobre la moralidad, entendida como el conjunto de valores y conductas responsables y que toda nación u organización deben aceptar, un líder que es moralmente responsable o ético es aceptado como una referencia por sus seguidores, ganándose su respeto y fidelidad, pero cómo enraizar esta expresión cuando el que preside la máxima responsabilidad en la conducción de una nación viene carcomiendo su propia legitimidad, en favor de una apatía que imposibilita construir relaciones o afecciones, como los sentimientos o estados de humor positivos que deberían hacer posible que un conjunto de personas, como un equipo de trabajo, o aún más, los ciudadanos de una nación estén dispuestos a trabajar para resolver problemas que inmiscuyen a todos, para muchos, pareciera que el interés individual en lo político ensombreciera el interés nacional, otra vez el dilema ético de un derecho contra otro.

También leía una entrevista1 que le hicieron al profesor Federico Weinschelbaum, un economista argentino con un doctorado en la UCLA, en relación a ambas dimensiones de la ética, enfocando especial atención en el tema de la corrupción, una expresión inexcusable de abuso y de trasgresión de la ética, el sostiene, lo que es evidente en sociedades como las nuestras, que la misma es una práctica habitual y peligrosamente aceptada socialmente, debilitando la institucionalidad moral de una nación, no es gratuito entonces aquella frase “roba pero hace obra” o el “aceitar”, locución que suele usarse para materializar una coima o infracción en algún trámite de alguna dependencia pública o privada, en el que el agente, quien trabaja para el principal actúa en contra suya, recibiendo soborno o facilitando la aceitada a favor del principal oculto, esta presentación es una extensión muy interesante de la teoría del agente-principal y de la asimetría de la información en las unidades de negocios y de poder, que no abordaré en esta oportunidad. Sin embargo, aun cuando es importante entender ambas dimensiones éticas, quizás debamos desmitificar, como algo urgente, la micro corrupción que está fracturando la institucionalidad moral de nuestras sociedades, para lo cual utilizaremos el método de reducción al absurdo, fabulosamente explicado por Esteban Hnyilicza.

Este método parte de negar la proposición que se desea comprobar y a partir de deducciones lógicas busca llegar a conclusiones absolutamente absurdas, si estas verdaderamente lo son, su expresión negada que las sustenta carecerá de todo sentido racional. Para su demostración acudiremos a la temática central de un artículo2 escrito por un destacado profesional peruano, Alfredo Bullard, intitulado “Prostitución a medias”, donde nos hace saber que en las sociedades en desarrollo la relación “abuso contra abuso” expone la necesidad que tiene el ser humano de justificarse para tranquilizar su conciencia, a través del distingo entre la micro y la macro corrupción, como si la microcomercialización de la corrupción fuera menos punible, de aquella otra que es mediática y que alimenta el morbo político y social. Está tan institucionalizada la aseveración de que la micro corrupción no es tan relevante como su hermana mayor, que se hace necesario demostrar que esta proposición es falsa.

Partamos por negar la siguiente afirmación que se deduce de la presentación de Bullard: “Pagar 20 soles a un policía para evitar una multa por haberse pasado un luz roja es corrupción”, la proposición negada sería: “Pagar 20 soles a un policía para evitar una multa por haberse pasado un luz roja no es corrupción”, si esta última aseveración es correcta, no tendría mayor sentido la existencia del texto único ordenado del reglamento nacional de tránsito y mucho menos la autorización y el funcionamiento de centros de instrucción, además de todo aquello que tenga que ver con la circulación y las infracciones y sanciones, menos aún con toda la legalidad donde se específica que un determinado efectivo en servicio de la policía nacional tiene responsabilidades en el control del tránsito, o por último, entre otras cosas más, no tendría validez el capítulo sobre lesiones y de exposición al peligro de personas del código penal, porque podríamos alegar que como no es delito coimear a un policía de tránsito por pasarse una luz roja, la sociedad estaría incentivando el riesgo moral de tolerar estas conductas y como resultado uno no sería responsable de sus efectos, ¿No creen ustedes que estas conclusiones son manifiestamente absurdas como para que sean válidas?, si lo creen así, entonces el postulado negado de que la micro corrupción no es relevante, carece de sentido racional y normativo, y por tanto, es válida la afirmación de Bullard de que pagar 20 soles debilita la institucionalidad ética de una nación, porque es corrupción. Por último, quién mejor que el para discernir de forma sencilla ambas dimensiones de la ética:

“La institucionalidad se construye en todo: desde la puntualidad hasta la revocatoria de un presidente. No es de extrañar que en un país en el que llegamos tarde a las reuniones usando siempre el tráfico como excusa, el carpintero nunca entregue los muebles en la fecha, el gasfitero nunca vaya cuando acordó ir y los grandes contratistas entreguen con atraso las obras de infraestructura a las que se comprometieron. Y no es de extrañar que en un país en el que se paga 10 soles a un funcionario en un hospital para ser atendido primero, se pague millones por la adjudicación para la construcción de una carretera”.

1En este link pueden leer el artículo citado, http://focoeconomico.org/2017/11/05/entrevista-a-federico-weischelbaum-sobre-corrupcion/
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