Hace
unos días leía en un diario de negocios de Perú la declaración de un destacado
economista quien sostenía que el Banco Central de Reserva (BCR) había sido muy
laxo en el control de la inflación durante el 2012, ubicándose en el margen
superior del rango meta del 3%, en circunstancias en las que dejó caer el tipo
de cambio o que el sol se apreciara - hasta enero del 2013 – al nivel de S/.2.50, sin cumplir su función principal que es el de luchar contra la
inflación. Además dijo, ahora “Tenemos una economía con niveles inflacionarios
más altos, y por eso ahora el temor de que [el dólar] rebase los S/.2.80, y ya está comenzando a perder
Reservas Internacionales demasiado anticipadamente”.
Ahora
bien, quienes nos ocupamos de economía sabemos que en muchas de nuestras
decisiones no hay almuerzo gratis, es decir, algo nos tiene que costar, o muy
elegantemente sostenemos que la economía es la ciencia de los trade-offs,
vocablo inglés que no tiene traducción directa al español, que se podría
traducir como la posibilidad de sustitución de un objetivo por otro, pero que
jamás podremos alcanzar ambos objetivos conjuntamente por estar en conflicto.
Uno
de estos pares de objetivos en conflicto, brillantemente expuesto por John
Maynard Keynes en 1923, se da entre el objetivo de alcanzar la estabilidad de
precios o el control de la inflación y el objetivo de lograr la estabilidad cambiaria
o el control del tipo de cambio. No se pone en tela de juicio que siempre es
mejor una baja inflación que una más alta, lo que si no parece claro es la
conveniencia del nivel adecuado del tipo de cambio.
Entendamos
la importancia del tipo de cambio en relación a la competitividad del país.
Imagínese un turista estadounidense que esté pensando en visitarnos, y de
repente se informa que su moneda, el dólar, se está depreciando frente al sol,
de modo que cuando llegue tendrá menos soles para gastar por cada dólar que
traiga, resultándole un país caro en su moneda. Pero además, el tipo de cambio también
es importante para las empresas de bienes transables de un país, las que
producen para el mercado extranjero, por la simple razón de que sus estructuras
de costos están en moneda doméstica y sus precios en moneda extranjera.
Es
como si usted fabricara pantalones en el país y los vendiera en el extranjero,
en ese caso sus costos estarían en soles pero sus precios de venta estarían en
dólares, en esa situación una caída del tipo de cambio, es decir, una
apreciación de la moneda nacional, implicaría que usted reciba menos soles por
cada dólar que consiga al vender sus pantalones, y si la apreciación de la
moneda nacional es cada vez mayor podría estropear su negocio, pues no lograría
cubrir sus costos - exactamente el mismo efecto sobre el turista americano - no
quedándole más alternativa que a aumentar su productividad, bajar sus costos o
en su defecto encarecer sus productos en dólares y ser menos competitivo.
En
consecuencia, cuando el tipo de cambio cae o la moneda nacional se aprecia – suponemos
que tanto el tipo de cambio nominal como el real varían al unísono – estamos
seguros que el país será menos competitivo en el exterior, porque nos
encarecemos, y cuando el tipo de cambio sube o la moneda nacional se deprecia
se tiene el efecto contrario, es decir, seremos más competitivos para el exterior,
porque nos abaratamos.
Aclarada la importancia del tipo de cambio en la competitividad de un país, retomemos nuestro razonamiento en relación al dilema de Keynes, entre la estabilidad de precios y el control del tipo de cambio o mejor dicho entre reducir la inflación y administrar adecuadamente la competitividad externa a través del tipo de cambio.
Como
lo dijimos, un trade-off implica que no puede alcanzarse dos objetivos en
conflicto, es decir, si todo permaneciera constante sobre una misma Frontera de Política Monetaria (FPM) no podríamos alcanzar una
reducción en la inflación y a la vez una mejora en la competitividad externa o
un tipo de cambio más alto, no si estuviéramos enmarcados en la eficiencia de
que no existe almuerzo gratis, porque de lo contrario sería un desperdicio, es
decir, no se entendería porqué un BCR no podría aumentar el tipo de cambio y a
la vez reducir la inflación, solo sería posible si fueran tremendamente
ineficientes, eventualidad que el BCR de Perú no ha demostrado.
En
este contexto, si el objetivo es reducir la inflación debemos reconocer que
deberíamos contraer la demanda agregada, elevando la tasa de interés, con el consiguiente efecto recesivo
sobre el ingreso y la mejora de las cuentas externas al reducirse las
importaciones, originando una mayor apreciación del tipo de cambio o pérdida de
competitividad, y no lo contrario, pero también tasas de interés más altas aumentan la rentabilidad de los activos domésticos apreciando aún más la moneda local. Asimismo, debemos suponer que una reducción en la inflación esperada, conforme la demanda se va contrayendo, incrementará la tasa de interés real, atrayendo más capitales foráneos que apreciarán la moneda doméstica.
Por
otro lado, si nuestro objetivo fuese aumentar nuestra competitividad externa
con un mayor tipo de cambio, debemos reconocer el efecto que tiene una mayor
depreciación de la moneda doméstica sobre la inflación, lo que los economistas
llamamos el pass through o efecto
traspaso, con lo que sería imposible alcanzar el objetivo de una menor
inflación. En resumen, si los responsables de la política monetaria tienen como preferencia u objetivo reducir la inflación deberán aceptar una apreciación del tipo de
cambio o una pérdida de competitividad del país, por el contrario, si su objetivo es depreciar el tipo
de cambio para mejorar la competitividad deberán aceptar una inflación mayor.
Para
terminar de entender la actuación del BCR de Perú debemos prestar atención al
diseño de su política monetaria desde el 2002, que se denomina Esquema de Metas
Explícitas de Inflación, donde se tiene como objetivo principal la inflación y
como objetivo secundario la competitividad externa, utilizando a la tasa de
interés como meta operativa, siendo además el tipo de cambio la variable de
ajuste ante choques adversos y las Reservas Internacionales como amortiguador de
ajuste secundario. En este sentido, Perú en los últimos años ha registrado dentro
de la región una de las volatilidades más bajas del tipo de cambio debido a su intervención
en el mercado cambiario, dando señales de temor a una flotación mayor del tipo
de cambio por su aún elevada dolarización financiera - que por cierto se ha reducido en materia de créditos desde un 80% en el 2000 a un 42.7% a abril del 2013 -, pero que le ha dado
resultados en estabilizar el PBI y sus tasas de interés.
Ahora,
cuando se sostiene que no es posible alcanzar ambos objetivos en conflicto, el
de la estabilidad de la inflación y el control del tipo de cambio, dadas otras variables,
no se está diciendo que este trade-off no sea plausible de recibir influencias
de choques adversos, tanto internos como externos, y de decisiones de política monetaria que modifiquen el
statu quo entre la inflación y el tipo de cambio.
Uno
de estos eventos o choques ha sido la entrada masiva de capitales externos que ha
experimentado la región y que ha llevado a la mayoría de monedas a apreciarse, sea a consecuencia de la flexibilización monetaria de
la Reserva Federal de los Estados Unidos, el atractivo de algunas de nuestras
economías o los mejores términos de intercambio por nuestras materias primas,
particularmente los altos precios de los minerales como el cobre, fuertemente
demandados por China.
Como
resultado, el BCR de Perú tuvo que surfear en un contexto de alta liquidez del
exterior, una fuerte demanda externa e interna con efectos sobre los precios
internos, un nivel aún elevado de dolarización y severos choques externos. Por
lo que creemos que el BCR ponderó adecuadamente, durante el 2012, su estrategia
en relación a la dupla inflación y tipo de cambio, porque de lo contrario hubiese
provocado una menor tasa de crecimiento del producto si hubiera buscado una
menor inflación y en consecuencia una mayor apreciación cambiaria, con sus
efectos perversos sobre la competitividad. Después de todo la inflación terminó
en 2.6% en el 2012 dentro del rango
meta, mucho menor al 4.7% del 2011, una reducción de casi la mitad cuando la moneda
nacional se apreció en 4%.
Por último, no puede entenderse el temor a dejar flotar el tipo de cambio por encima del S/.2.80, según la expresión inicial, sino terminamos por comprender que esto nos llevaría a tolerar una inflación más alta, que se magnificaría por el efecto ratchet de rigidez asimétrica del tipo de cambio, que nos dice que los precios aumentan cuando se deprecia una moneda, pero que no se reducen cuando esta se aprecia.
© Copyright, este artículo puede ser distribuido libremente, siempre y cuando, se cite al autor.
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