viernes, 22 de febrero de 2013

EL VALOR DE LA CONFIANZA

En una reciente investigación en la Universidad de Zurich se determinó que el nivel de confianza de los humanos puede medirse a través de un componente químico localizado en el cerebro. La llaman Oxitocina, y se caracteriza  no solo por que alienta a las personas hacia el riesgo, sino también por que promueve un mayor nivel de confianza entre sus pares. Una mayor dosis de esta hormona – según los científicos – aliviaría el tratamiento del autismo, pero además, mejoraría el nivel de confianza de los inversionistas.

Esta hormona - la oxitocina - estaría detrás del comportamiento emocional y social en las explicaciones de Francis Fukuyama, al diferenciar el nivel de desarrollo entre países con alto y bajo nivel de confianza. La hipótesis descansa en la capacidad que tienen los pueblos de desarrollar su capital social, que es la disposición de asociarse para resolver problemas en común. Un bajo nivel de confianza dificultará a un país construir capital social y su desarrollo será menor, dosis mayores de confianza conseguirían el efecto contrario.

A diferencia de otras formas de acumulación de capital, la capacidad de trabajar con otras personas - capital social - no se acumula bajo las reglas tradicionales de evaluar el costo-beneficio, no se trata de hallar su rentabilidad financiera, el objetivo es “medir” lo intangible que significa cooperar.

Este nivel insuficiente de capital social, explica parte del escaso desarrollo del país. Una sociedad como la nuestra que a promulgado unas 30,000 leyes desde la segunda guerra mundial – un poco más de una por día -, no puede demostrar más que debilidad emocional de sus miembros. La inseguridad de ver atropellados sus derechos empuja a quienes se ven afectados a solicitar los suyos, haciendo de nuestra sociedad una donde el litigio es característica distintiva.

El derecho como fundamento de una economía de mercado es invalorable, pero un abuso de ella eleva los costos de transacción. Cuando se desea registrar un negocio, al país le toma en promedio unos 3 meses frente a solo días en sociedades más desarrolladas, o cuando se estila solicitar todo por escrito como mecanismo de defensa. Es decir, la falta de confianza hace a una sociedad  menos competitiva, una donde prevalece el papeleo y el conflicto.

Imagine por un momento un barril de agua hecho con listones verticales de madera, en el que solo uno de ellos este recortado y no cubra la totalidad del barril, en esa situación cuando usted trate de llenarlo solo lo podrá hacer hasta el nivel que se lo permita el listón recortado. Es decir, toda la capacidad de almacenamiento estará restringida por un solo listón. En economía sucede exactamente lo mismo; la inversión, el consumo, las exportaciones, la confianza, la seguridad jurídica y otros, son los listones hacia el desarrollo, pero si uno solo de ellos, como el capital social, no está al nivel del resto, se constituye en la función limitante del éxito.

En 1995, Perú registró uno de los niveles más bajos de confianza a nivel mundial en la encuesta de valores de la Universidad de Michigan, sólo un 5% dijo ser confiable frente a un promedio mundial de 26%  y de 17% para América Latina (sin Perú). Muy poco a variado desde esa fecha, en el estudio de Paul J. Zak y Stephen Knack (2001), Perú dentro de una nuestra de 42 países, se ubicó solo por encima de Brasil con un 5.5%, frente al 30% de México y el 21% de Chile, muy lejos por cierto de Noruega, donde el nivel de confianza llegó a un 61%.

En noviembre del 2004 Proexpansión publicó un documento titulado “La trampa de la desconfianza en el Perú”, en el que trató de medir el grado de confianza interempresarial entre las Pymes de Lima Metropolitana, el resultado fue que solo el 8% de los empresarios dijo confiar en otras personas.

Es penoso saber que la nuestra es una sociedad marcada por la desconfianza, pero como no serlo, si alguien en quién usted confía hace del engaño su modo de vida, desde la no devolución de la taza de azúcar hasta la promesa incumplida del más honesto de los políticos. Esta incapacidad de confiar hace más difícil el camino hacia el desarrollo, porque no somos capaces de trabajar unidos para competir en un mundo cada vez más globalizado. Un mundo que exige visualizar las relaciones interpersonales e interempresariales como una red de actividades que nos acerque al contexto de la economía del cúmulo, un sistema en la que coexisten personas, empresas e instituciones de diverso índole en el que su valor total es mayor a la suma de sus partes.

Por último, queda la preocupación de los críticos a los investigadores suizos, por el riesgo de que algunos lideres políticos pudieran usar oxitocina en forma indiscriminada, en usos distintos al tratamiento del autismo, como en sus congregaciones partidarias, buscando ser depositarios de confianza con ayuda de fármacos, cuando no lo pueden hacer a través de la exposición de sus ideas.

Publicado en el Diario La Región el 11/02/2007
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