viernes, 22 de febrero de 2013

LA ECONOMÍA ÓPTIMA

Timothy Heyman, un exitoso profesional inglés en materia de inversiones, sostiene que los mercados financieros tienen un comportamiento similar al del turón de Noruega o lemming en inglés, un pequeño roedor de los países nórdicos que tienen dos características muy marcadas. Primero, su alta tasa de fecundidad, un par de ellos se reproducen cada seis meses y en cinco años llegan a ser 1,024 roedores. Segundo, su tendencia al suicidio, cuando llegan a un gran número de turones por razones que aún no terminamos de entender, se dirigen hacia al mar y terminan suicidándose.

Al igual que el lemming, una sociedad tiende al suicidio cuando se aparta del contexto de una economía óptima, aquella que conjuga en equilibrio la interacción de las fuerzas del mercado y la democracia, de la economía y la política. Este nivel de equilibrio no es estático, y no se determina a través de un número, es mas fácil observarlo identificando las fuerzas que nos alejan de ella.

Para entenderlo no es necesario referirnos a otras realidades, basta con observar las fuerzas que determinaron el desempeño volátil de rentabilidad de la Bolsa de Valores de Lima durante el proceso eleccionario presidencial del 2006. Las explicaciones fueron diversas, desde la coyuntura internacional hasta el efecto de las encuestas electorales. Lo cierto es, que fue la política la principal fuerza que estuvo detrás de la volatilidad de las expectativas de los inversionistas, esto no es una novedad si somos conscientes del clima electoral que vivíamos. Sin embargo, si debería de preocuparnos si nos viéramos en el espejo bursátil de Chile, que registró durante el 2005 – año electoral – una rentabilidad y volatilidad mucho menor.

Pero, no solo fue en la bolsa donde reinó la incertidumbre de la política o el desequilibrio de la economía óptima, también se sintió en el mercado cambiario. La volatilidad del tipo de cambio obligó al Banco Central de Reserva (BCR) a salir en los primeros meses del año 2006, después de tres años, a colocar Certificados de Depósitos Reajustables (CDRs) a la variación de la Moneda Extranjera, con el propósito de aminorar las expectativas de aquellos que estimaran que un tipo de cambio mayor les ocasionaría un pérdida.

También hubo quienes especularon con el billete verde aumentando su demanda, el BCR no solo vendió CDRs, también vendió dólares y elevó la tasa de interés de referencia para reducir la brecha entre el rendimiento en soles y el rendimiento en dólares de los Estados Unidos. Una brecha menor frenará las expectativas de un tipo de cambio mayor. A ese momento, el BCR ya había utilizado los tres instrumentos que tiene para evitar que el precio del dólar continuara subiendo.

Deberíamos preguntarnos, ¿Por qué importa la volatilidad del precio del dólar? o ¿Cómo nos afecta la rentabilidad de la bolsa?. Las respuestas no dejarían de esperarse. En relación al dólar el efecto es directo, uno no tiene que ser economista para saber que cuando sube el tipo de cambio y se tiene una deuda en dólares, se necesitará más soles para honrarla, por lo que su costo aumenta. O si se tiene un depósito en billetes verdes, una caída del precio del dólar hará que al final del plazo del depósito pueda comprarse menos soles que al inicio, independientemente de la tasa de interés que reditué el mismo. Además de afectar a los activos financieros (depósitos y créditos), el tipo de cambio afecta el precio de algunos bienes y servicios que compramos, aumentando la incertidumbre en las decisiones de compra y por extensión en las decisiones de quienes los venden.

El efecto de la bolsa para la mayoría de peruanos, a no ser que todos tengamos inversiones en ella, es indirecto y lo hace fundamentalmente a través de la actividad económica. Cuando la economía de un país esta creciendo se espera mayores utilidades de sus empresas y por tanto su valor, reflejado en el precio de sus acciones, debería ser mayor. Sin embargo, lo que realmente importa son las expectativas de las utilidades futuras. Si un político promete restringir la libertad del mercado, no sería difícil darse cuenta de cómo reaccionarán los mercados y cómo serán las utilidades futuras y el valor de sus acciones.

Es como cuando usted amenaza en bloquear las carreteras y aún así espera que los precios de los alimentos no suban, de modo similar, usted no debe esperar un estimulo a la inversión y al empleo cuando se amenaza al mercado. Por el contrario, si alguien fortalece el entorno empresarial es lógico suponer que el valor de las empresas y el atractivo de invertir en ellas aumente, originando mayor ingreso y más empleo. La dificultad del efecto positivo es que no solo es indirecto, sino que requiere de un plazo de tiempo para materializarse, es el descalce, entre la necesidad de resultados inmediatos y el largo plazo que requieren las políticas de desarrollo más sanas.

Usted podrá decir que lo expresado es rentista, pero recuerde que la utilidad es a la empresa lo que el aire es al ser humano, no es el objeto de nuestras vidas – no vivimos para respirar- pero sin ella no existiríamos. Análogamente, las empresas están aprendiendo a no “respirar” solo por utilidades – un concepto que recoge este planteamiento es el de la responsabilidad social empresarial-, pero no dejemos de reconocer que sin ellas no existirían.

Lo que sí deberíamos exigir a los gobernantes es que respiren con inhalador y eviten llevarnos al suicidio, propiciando cualquier irracionalidad que atente contra el equilibrio de la economía óptima, entre el mercado y la democracia, que países como Venezuela, Bolivia y recientemente Ecuador, no terminan por entender.

Por último, podríamos decir de algunos líderes políticos lo que el físico inglés Isaac Newton dijo: "Que le era más fácil calcular el movimiento de los cuerpos celestes que la locura de la gente", cuando vendió sus acciones de la Compañía del Mar del Sur en 1720 y antes de perder - en otro intento - 20,000 libras en la bolsa de valores de Londres.

Publicado en el Diario La Región el 14/02/2007
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