viernes, 22 de febrero de 2013

LA ECONOMÍA DEL DESARROLLO

En una ocasión cuando regresaba de la ciudad de Lima, mi compañero de asiento, un sacerdote franciscano, interrumpió lo aburrido de mi viaje al preguntarme qué podíamos hacer por nuestro país, del por qué éramos un país en desarrollo, entendí de inmediato que su preocupación no era de índole espiritual, sino económica. Me tomé unos segundos en responder, por que no lo podía inundar con un recetario de cómo lograr el desarrollo y mucho menos con un listado de programas de ingeniería social, en lo que estoy seguro tenía un buen bagaje de experiencia. Por lo que le dije:

Que la globalización no sólo tiene que ver con los productos chinos, la informática y las telecomunicaciones, sino también con la estandarización de la ciencia economía, que se enseña de los mismos libros en todas las universidades del mundo. El problema no es en sí de la economía, sino de nuestra percepción que se tiene de ella. Le dije en concreto, que no era en la ciencia económica donde deberíamos buscar las respuestas, sino en nuestras mentes.

Le dije además, que cuando uno desea realizar cambios pequeños y graduales se debería trabajar en el comportamiento o en la actitud, como llegar a la hora indicada por ejemplo. Sin embargo, cuando se persiguen cambios radicales y perdurables se debería trabajar sobre los modelos mentales de cómo percibimos los hechos, que cuentan historias diferentes según el lente teórico que llevemos puesto. Es primordial – sostuve -, que deberíamos empezar por cambiar nuestros lentes mentales sobre la economía.

Deberían de cambiar de lentes aquellos que sostienen que la economía moderna se basa inexorablemente en la racionalidad económica, que el hombre es un ser egoísta por naturaleza y que siempre está en la búsqueda de maximizar su bienestar, no les falta razón – aseguré -, pero olvidan que algunas de nuestras decisiones también pasan por nuestras costumbres y hábitos, no podríamos explicar racionalmente por qué los chinos comen con palillos – imagine lo que sentiría un chino que cada vez que se lleva un grano de arroz a la boca este pensando que es más eficiente hacerlo así que utilizar un cubierto -, o por qué en la india aún se venera a la vaca al grado que su población improductiva representa aproximadamente el 50% de la población humana. La economía – en ese orden - es racionalidad y cultura, sentencié.

Argumenté también, que la economía moderna ha dejado de ser una ciencia que se sustenta sólo en bienes reales o físicos, que la economía de hoy es una economía de símbolos y conceptos: dinero, crédito, conocimiento, conectividad, lealtad y confianza, entre otros. Le pregunté, si sabía que el flujo mundial de divisas es de aproximadamente de U$2 billones de dólares diarios, de los cuáles el 98% es capital especulativo y que bastaría un solo clic en un ordenador para transferirlos de un país a otro. Situaciones como estas – sostuve - explican la volatilidad del valor de las monedas, y conceptos como la confianza y de símbolos como el dinero nos ayudan a comprenderlas.

Le dije, que cada vez que Alan Greenspan – Ex-Presidente de la Reserva Federal de los Estados Unidos, el equivalente a nuestro Banco Central – entraba al comité de reuniones con un maletín pequeño, sonriendo y con pocas explicaciones, se especulaba que la economía estadounidense continuara en la senda del crecimiento con baja inflación. Verdad o no, lo cierto es que la economía mundial esperaba que las tasas de interés en los Estados Unidos siguieran incrementándose a razón de 25 puntos básicos, no por el estado anímico del señor Greenspan, sino por la previsión de que no existía evento particular alguno que alterara el statu quo.

Narré además, que durante el siglo XIX cuando los colonos estadounidenses se adentraban en nuevas tierras lo primero que hacían, una vez ubicados, era crear una oficina de registro catastral y nombrar a un comisario, creaban instituciones que velaran por el cumplimiento de la propiedad y la ley, cimientos fundamentales de una economía de mercado.

¿Cuándo dejaremos de ser un país en desarrollo? – me pregunté y respondí -, cuando prediquemos la economía de la institucionalidad, de la competencia, de la confianza, de la propiedad, de la racionalidad y la cultura. Desafortunadamente – le dije –, que nuestros lentes mentales obnubilan nuestro potencial de país, razón por la que deberíamos de cambiarlos.

Muy cerca de nuestro destino, y agradeciendo a Dios por la tranquilidad de nuestro viaje, el padre me preguntó si era la única economía que existía, le dije que no, que había tantas como cabezas pensantes hay en nuestro país, pero que la única que ha certificado el éxito y el crecimiento en el mundo – hasta ahora y con todas sus fallas y matices -, es la economía de mercado, sólo sonrió y algo incrédulo se despidió.

Publicado en el Diario La Región el 23/02/2007
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