En
una ocasión cuando regresaba de la ciudad de Lima, mi compañero de asiento, un
sacerdote franciscano, interrumpió lo aburrido de mi viaje al preguntarme qué
podíamos hacer por nuestro país, del por qué éramos un país en desarrollo,
entendí de inmediato que su preocupación no era de índole espiritual, sino
económica. Me tomé unos segundos en responder, por que no lo podía inundar con
un recetario de cómo lograr el desarrollo y mucho menos con un listado de
programas de ingeniería social, en lo que estoy seguro tenía un buen bagaje de
experiencia. Por lo que le dije:
Que
la globalización no sólo tiene que ver con los productos chinos, la informática
y las telecomunicaciones, sino también con la estandarización de la ciencia
economía, que se enseña de los mismos libros en todas las universidades del
mundo. El problema no es en sí de la economía, sino de nuestra percepción que
se tiene de ella. Le dije en concreto, que no era en la ciencia económica donde
deberíamos buscar las respuestas, sino en nuestras mentes.
Le
dije además, que cuando uno desea realizar cambios pequeños y graduales se
debería trabajar en el comportamiento o en la actitud, como llegar a la hora
indicada por ejemplo. Sin embargo, cuando se persiguen cambios radicales y
perdurables se debería trabajar sobre los modelos mentales de cómo percibimos
los hechos, que cuentan historias diferentes según el lente teórico que
llevemos puesto. Es primordial – sostuve -, que deberíamos empezar por cambiar
nuestros lentes mentales sobre la economía.
Deberían
de cambiar de lentes aquellos que sostienen que la economía moderna se basa
inexorablemente en la racionalidad económica, que el hombre es un ser egoísta
por naturaleza y que siempre está en la búsqueda de maximizar su bienestar, no
les falta razón – aseguré -, pero olvidan que algunas de nuestras decisiones
también pasan por nuestras costumbres y hábitos, no podríamos explicar
racionalmente por qué los chinos comen con palillos – imagine lo que sentiría
un chino que cada vez que se lleva un grano de arroz a la boca este pensando
que es más eficiente hacerlo así que utilizar un cubierto -, o por qué en la
india aún se venera a la vaca al grado que su población improductiva representa
aproximadamente el 50% de la población humana. La economía – en ese orden - es
racionalidad y cultura, sentencié.
Argumenté
también, que la economía moderna ha dejado de ser una ciencia que se sustenta
sólo en bienes reales o físicos, que la economía de hoy es una economía de
símbolos y conceptos: dinero, crédito, conocimiento, conectividad, lealtad y
confianza, entre otros. Le pregunté, si sabía que el flujo mundial de divisas
es de aproximadamente de U$2 billones de dólares diarios, de los cuáles el 98%
es capital especulativo y que bastaría un solo clic en un ordenador para
transferirlos de un país a otro. Situaciones como estas – sostuve - explican la
volatilidad del valor de las monedas, y conceptos como la confianza y de
símbolos como el dinero nos ayudan a comprenderlas.
Le
dije, que cada vez que Alan Greenspan – Ex-Presidente de la Reserva Federal de
los Estados Unidos, el equivalente a nuestro Banco Central – entraba al comité
de reuniones con un maletín pequeño, sonriendo y con pocas explicaciones, se
especulaba que la economía estadounidense continuara en la senda del
crecimiento con baja inflación. Verdad o no, lo cierto es que la economía
mundial esperaba que las tasas de interés en los Estados Unidos siguieran
incrementándose a razón de 25 puntos básicos, no por el estado anímico del
señor Greenspan, sino por la previsión de que no existía evento particular
alguno que alterara el statu quo.
Narré
además, que durante el siglo XIX cuando los colonos estadounidenses se
adentraban en nuevas tierras lo primero que hacían, una vez ubicados, era crear
una oficina de registro catastral y nombrar a un comisario, creaban
instituciones que velaran por el cumplimiento de la propiedad y la ley,
cimientos fundamentales de una economía de mercado.
¿Cuándo
dejaremos de ser un país en desarrollo? – me pregunté y respondí -, cuando prediquemos la
economía de la institucionalidad, de la competencia, de la confianza, de la
propiedad, de la racionalidad y la cultura. Desafortunadamente – le dije –, que
nuestros lentes mentales obnubilan nuestro potencial de país, razón por la que
deberíamos de cambiarlos.
Muy
cerca de nuestro destino, y agradeciendo a Dios por la tranquilidad de nuestro
viaje, el padre me preguntó si era la única economía que existía, le dije que
no, que había tantas como cabezas pensantes hay en nuestro país, pero que la
única que ha certificado el éxito y el crecimiento en el mundo – hasta ahora y
con todas sus fallas y matices -, es la economía de mercado, sólo sonrió y algo
incrédulo se despidió.
Publicado en el Diario La Región el 23/02/2007
© Copyright, este artículo puede ser distribuido libremente, siempre y cuando, se cite al autor.
Publicado en el Diario La Región el 23/02/2007
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